sábado, octubre 21, 2006

La noche en la que se perdió el cochino


Sentado contra una piedra, ensordecido, con la espalda tiesa, las manos sucias de lodo y sangre, la suya, que brota copiosamente del rostro ensangrentado por esa bala que pasó rozando su frente alojando para siempre el terror en su mirada, llena de la pavorosa visión de lo ocurrido menos de veinte minutos antes a pocos metros de ahí, cuando vio a sus compañeros volar en pedazos a causa del sorpresivo misil arrojado por ese avión que atravesó el firmamento como un mosquito asesino. Sentado en calma, momentáneo refresco en la refriega, el soldado dijo maldita noche, maldita sea, atrayendo la atención de uno de los suyos, el que le cubrió la espalda a la salida de la trinchera en el lugar de la emboscada, que al escucharle volvió la vista al cielo diciendo qué oscuro está, apretando los dientes, agitada la respiración.

Como la noche en la que se perdió el cochino, dijo el otro con un gesto ausente.
Qué dijiste, preguntó el primero.

Y el soldado descubrió que no sabía lo que había dicho, como si de su interior hubieran brotado las palabras por un impulso indetectable e imperceptible. Es algo que le oí a mi abuela, cuando era niño, dijo recordando tras entornar un poco los ojos y hacer un rápido examen de memoria. Es una historia que le contaron, o de la que fue testigo, no lo sé muy bien.

El otro sonrió, pensando sería bueno escucharla ahora y salirnos un poco de esta vaina, huir a otro lugar, a otro tiempo. Terminó de colocar el cartucho a su rifle y se levantó, ahí, la música seguía y ni modo, ellos eran parte de la orquesta...

3 comentarios:

Isabel Barceló Chico dijo...

Esa frase recordando a un cochino, es enigmática y sugerente. Volveré. Saludos cordiales.

Anónimo dijo...

Salvo la vida, pero nunca se volverá a la tranquilidad. La abuela, la empatía con el miedo. Y la historia como salvación y conexión

muy bueno

besos

y

Grimalkin el Bardo dijo...

Ha sido un gustazo reencontrarte, Ángeles.
Gracias por tu visita.