miércoles, septiembre 15, 2010

Don Hernán, en el Bicentenario


Quinientos años después del garrotazo de la historia que los hizo merecedores de tener un poco de humanidad, indios miserables, y ustedes siguen sin aprender, dijo don Hernán, en medio de un estremecimiento que agitaba su espesa barba. Qué partida de madre, joder, hasta acá llega el hierro de mi lanza, añadió lleno de orgullo viendo la enorme grieta que parecía empezar y terminar en todos lados, en ese país que el diablo de su religión puso en su camino. Fiesta mis cojones, eructó la Espesa Barba, y taconeó un poco en el adoquín. Don Hernán anda enojado porque hace unos días alguien mancilló la estatua que tiene en su pueblo natal, esa en donde se le ve en toda su magnificencia pisando la cabeza de un indigena y mirando al horizonte de un futuro que a fin de cuentas tampoco supieron conservar sus reyes, y que perdieron. Pero nos quedamos con el oro, joder.



En la plaza solitaria apareció un soldado. Paso marcial, aunque algo desgarbado, y una férrea, obstinada mirada que yendo en línea recta terminó posada en un punto distante, con la determinación de un Alto Ya, y un severo final de tacones que retumbó en las calles, vacías, indiferentes, algo inusual en temporada de fiestas. Desde el centro de la plaza, con el sonsonete típico de la tropa gritó: -Éste discurso se ha realizado tratando de tomar en cuenta la expresión de cómo vemos los ciudadanos a los miembros de las fuerzas armadas y las opiniones de diferentes grupos que por intereses personales, desconocimiento, o por su ancestral animadversión a éstas, como lo son algunas organizaciones que dicen proteger a los derechos humanos, y que históricamente han protegido a guerrilleros, como en el caso del E.Z.L.N. cuando reprobaban la acción del ejercito, pero nunca dijeron nada en contra de los crueles asesinatos cometidos por los zapatistas y narcotraficantes...



Va a hablar en nombre de los ciudadanos o de los soldados, preguntó alguien más. No va a hablar en nombre de los derechos humanos, ya lo dejó claro, terció una voz aguda, pero se dirige a quienes "históricamente han defendido a guerrilleros y narcotraficantes" añadió, haciendo gestos de comillas con las manos. Zapatista es igual a narcotraficante? No sabía de los asesinatos cometidos por los zapatistas, replicó el primero, que no parecía estar muy convencido de lo que acababa de escuchar. Sh, cállense, dijeron todos cuando el soldado gritó, silencio, YA. Sin mirar a nadie, manteniendo en todo momento la vista en algún lugar del horizonte, el soldado comezó a hablar, señalando alternativamente al frente y a sí mismo:-Quizá tú estás de pie jornadas de dieciseis horas, él está de pie un día tras otro, y se señaló. Tú te das un baño en la mañana para ayudarte a despertar... él está días enteros, a veces semanas, sin saber lo que es el agua corriente. Tú te quejas de que te duele la cabeza, y llamas para decir que no podrás ir, que estás enfermo, él siente como le disparan mientras sus compañeros caen heridos, pero no se le ocurre parar pues sabe que tiene que seguir avanzando...



Jornadas de dieciseis horas, desde cuándo se volvió legal? Preguntó alguien. Ahí está su revolución, indios pelados, dijo don Hernán desde el quiosco, y arrojó un enorme escupitajo. La muchedumbre volteó a mirarlo, pero don Hernán aparecía como velado por una miopía de cinco siglos, como integrado en el paisaje, y nadie respondió. Ahorita les bajo los cañones para que bailen la jota, agregó chasqueando los dedos y moviendo la cabeza, en medio de una carcajada que tronó en la plaza.



Yo no sé ustedes, pero yo me voy a trabajar hasta con fiebre o no me alcanza el sueldo, dijo una voz que sonaba pensativa, y también veo todos los días caer a mis compañeros bajo el fuego del desempleo, yo mismo he sido víctima, y vivo amenazado de volverlo a ser. "Seguir avanzando", preguntó alguien repitiendo el gesto de comillas con las manos: a dónde y por ordenes de quién, y terminó poniendo cara de interrogación. Sh.



-tú agarras la pancarta, continuó el soldado con su mismo sonsonete e intensidad marcial desgarbada, y señalando alternativamente al frente y a sí mismo, tú agarras la pancarta que te dio la delincuencia organizada, repitió para acentuar lo dicho mientras algunas mandíbulas se abrían de sorpresa al escuchar la acusación, y quedas con tus amigos para irte a la manifestación a pedir el retiro de las tropas, pinchi jipi, añadió alguien en el fondo haciéndose el chistoso, y el soldado dijo, mientras él, y se señaló con firmeza, continúa luchando para que tú, y señaló al frente, seas lo sufi-cien-te-men-te-li-bre como para manifestarte ca-da-vez-que-se-teo-cu-rra-a, (aún pagado por la delincuencia), y dijo ésto último haciendo un gesto de paréntesis con las manos, que acabó por desconcertar a todos.



Ah, de eso se trata, dijo alguien: de criminalizar la protesta, eso ya lo ví en televisión. Sh, cállate contestó una voz. Cállate no, la libre manifestación es un derecho, y la gente no se manifiesta cada vez que se le ocurre, sino cuando hay por qué, y razones sobran, últimamente, que nos digan quién es el enemigo, contra quién están luchando, contra alguien que nos está tratando de quitar nuestra libertad de manifestarnos? O más bien contra quien convoque a una manifestación, por la razón que sea. A mí no me paga la delincuencia, dijo alguien más, me manifiesto porque no tengo trabajo y quiero trabajar. Silencio. Ya.



-tú sales a comer y te enojas porque el mesero se ha equivocado con lo que pediste, dijo el soldado subiendo el tono hasta que se le quebró la voz en un falsete involuntario, él todavía no ha probado bocado hoy, añadió señalándose, y por primera vez apareció un breve, fugaz destello de sentimiento en su fría mirada, algo como un tic. Incluso don Hernán levantó la ceja, desde su trono temporal en la escalinata de piedra del quiosco central. Se puede aplastar a todo un pueblo, pero hay que mantener atendidas a las tropas, los buenos comandantes de éste nido de indios se acabaron con la conquista, no cabe duda que les dimos en la madre, indios ignorantes, dijo soltando una risita. Escupió la punta de su puro con desdén y se desentendió, mientras farfullaba sobando con lascivia su peto de oro, clavada la mirada en una foto de la malinche totalmente en cueros.



Tú tiendes la cama y echas la ropa a la lavadora, o bien, llega la servidumbre y lo hace por tí, siguió el militar, él lleva la misma ropa desde hace dos semanas pero cuida de su arma y equipo, añadió finalmente, bajando un poco el tono de la voz al final de la frase.



A mí ni me digan, no tengo servidumbre, y de equipo ni hablar, dijo una voz sarcástica. Yo soy chofer, y yo empleada doméstica, dijo alguien más, y yo obrero, y yo campesino, y para el caso todos estamos igual de jodidos. Y todos traemos la misma ropa de hace dos semanas, dijeron dos o más, a coro. Y yo tampoco pruebo bocados en días, dijo una voz más dulce, de niño, a la que replicó un coro, de algunos cientos de miles al menos, o así sonó, porque en minutos la plaza se había llenado de una multitud silenciosa de mujeres y hombres, niños, ancianos, escuchando atentamente el discurso.



-tú te disgustas porque no hay forma de que la clase acabe a la hora, dijo el soldado tras una pausa que le ensombreció los ojos, y agregó subrayando cada una de las palabras, con un tono grave, escalofriante, señalándose a sí mismo, él acaba de enterarse de que se queda en el área de operaciones una semana más. A ver si se encuentran otro modo de informarnos, gritó alguien. Tú criticas al gobierno, siguió el soldado, apretando la mandíbula con fiereza, porque "la Guerra contra el narco ha fracasado" y exiges que se retire el ejército a sus cuarteles... él ve a diario a gente inocente asesinada o torturada y por eso conoce muy bien el porqué de estar en combate.



El porqué de estar en combate, esa va a estar buena, se oyó decir. Sí que diga, que diga, se empezó a escuchar por todas partes, bajito, como un murmullo general que se fue extinguiendo para dar oportunidad de una respuesta. Cuando de nuevo se hizo el silencio, en lugar de responder, el soldado dijo con un tono de voz cada vez más quebradizo, aunque sin perder el sonsonete, tú oyes chistes sobre ésta lucha y te diviertes haciendo bromas sobre gente como él, y se señaló, otra vez, y al calor de las copas cantas los corridos que exaltan la figura de narcotraficantes asesinos, mientras él, y su dedo chasqueó en su pecho, oye el estampido de la explosión al mismo tiempo que el ruido de los disparos y los gritos de los heridos...



Oye no, creo que nos está confundiendo, a nosotros ya casi no nos alcanza ni para hablar al calor de las copas, como no sea las de los árboles. Jajajá, rieron algunos, uno hasta levantó una ceja y un pulgar en señal de aprobación. Quién es el que está mal, quién es el enemigo, no entendí, cállate hijita, luego te explico, en la casa. Sh, cállense. No ni madres, a mí ni me gusta la música esa, grupera o como se llame, y yo no estoy haciendo amistad con ninguno de los bandos, en especial no con el gobierno que les da las órdenes a ellos. Sh, cállense, que ya gritó silenciooooyá, otra vez.



Aunque ya se le veía cansado y sumamente acalorado en medio de la cada vez más numerosa audiencia que le rodeaba, el soldado retomó su tono inicial tras respirar repetidas veces, como si fuera a zambullirse en una alberca, y dijo, machacando cuidadosamente cada palabra al decirla, tú ves lo que los-medios-de-comunicación, ción, ción, repitió el eco, han decidido que veas. Él ve alrededor cuerpos mutilados, ados, ados.



Todos los vemos, gritó alguien de acento golpeado desde la parte norte de la plaza. Sonaron algunos silbidos, y hubo algunos gritos de aprobación general. Sh, cállenseeeee, Yá. Los medios de comunicación han decidido lo que debemos ver, pero no lo han hecho solos, gritó alguien que coló su voz en el último silencio, los medios les han sido útiles al callarse muchas cosas, y ustedes lo saben, aben, aben, añadió, porque como gritaba mezclado entre la muchedumbre no tenía eco y decidió añadírselo para no quedarse atrás.



Quinientos años después del garrotazo que les dio la historia, y ustedes no aprenden, indios miserables, espetó don Hernán desde el quiosco, con el gesto de quien muere de aburrición, y hablando como quien le habla a un niño pequeño y de lento aprendizaje. Hasta acá llega el hierro de mi lanza, repitió como en un principio, señalando la profunda división. Hoy ho saben ni quién es su enemigo, pero su oro y todas sus riquezas siguen alimentando la opulencia del mundo, y beneficiando sólo a algunos cuantos de ustedes, tan cegados por la ambición que son capaces de las peores bajezas. Para todos ustedes, indiada abyecta, la condición de esclavos ya se hizo natural. Así estaba escrito, no digan que no fueron advertidos, hace quinientos años. Festejen su "bicentenario", felices fiestas, dijo. Y se desvaneció, en una apestosa nube de azufre...

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